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AMADO HEZZE

 

 EL INICIO

Cuando a fines del año 1982, preparé por primera vez, un brebaje, que años más tarde, lo llamé “El Té”, lejos estaba de imaginarme, la trascendencia que tomaría en los años venideros.

A fines del 82, vivía una situación límite, por demás conflictiva, vinculada a mi salud. Padecía de una enfermedad, crónica y degenerativa, que en seis o nueve meses me llevaría a la tumba, según mi médico de cabecera. “Quizás llegues al año, si te haces quimioterapia y rayos”, fueron sus últimas palabras al despedirme.

El diagnóstico médico, era lapidario. Esto me llevó, a cuestionar todas mis creencias y experiencias religiosas. No podía aceptar lógicamente, que la sabiduría eterna del AMOR-LUZ, que controla todos nuestros pasos, permitiera que padezcamos enfermedades incurables, porque sería una actitud muy cruel de su parte, si eso sucediera.

Rechacé el tratamiento paliativo de la quimioterapia y los rayos, porque quería conservar mi calidad de vida. Pero no sabía que hacer para frenar, por lo menos, el desarrollo tumoral. Siempre vi, por vivir en el campo, que los animales enfermos, buscan en el reino vegetal, los elementos para su cura. Pero no tenía, ni la mínima idea, que elementos usar para superar mi mal.

A mediados de diciembre/82, después de almorzar en Andalgalá, cargo la camioneta que tenía, y salgo para la ciudad de Catamarca. Después de recorrer más de 100 Km., me detengo en la ruta, para enfriar las ruedas del vehículo. No se que temperatura había, pero el viento, me quemaba la piel. Bajo un algarrobo, sentado en una piedra, en medio de un arroyo seco, frecuentes en esta zona, esperaba que baje un poco la infernal temperatura. El campo, plagado de jarillas, era el único paisaje visible en los cuatro puntos cardinales. Harto de ese paisaje, mirándolo sin ver, con la angustia y la tristeza a cuesta, pensando en el futuro de mis hijos, me llama la atención, un gajo de jarilla resplandeciente, brillante, como fluorescente, que el viento no dejaba de mover. Me llamó la atención esta visión y fui por ese gajo de jarilla. Ya en mis manos, esa fosforescencia había desaparecido. Era un gajo común y corriente de jarilla. ¿Qué estaba pasando? ¿Una mala digestión? ¿Una insolación acaso? ¿El cansancio? Lo real para mi, era que ese gajo de la planta, se mostró distinto en un instante dado. Me impulsó a que lo cortara. ¿Curiosidad tan solo? ¿O es que la Pacha Mama, o la Madre Naturaleza, empezaba a mostrarme, los elementos para mi cura? Apreté con fuerzas el gajo de jarilla entre mis manos y volví de nuevo a la sombra que me ofrecía el algarrobo. Mirando sus ramas, buscando una mejor sombra, tomo por primera vez conciencia, de las múltiples protuberancias, que como tumores, están presentes en ese árbol. “Me puede servir”, me dije interiormente y empecé a observar las escasas plantas que había en mi alrededor. Tusca, Chañar, Retama, Pichanilla, Garabato, Churqui, etc. Recordé que mi madre me daba té de chañar cuando era chico y tosía y que los antiguos pobladores de estos valles, recomendaron siempre la tusca, para tratar diversas patologías. Sin perder tiempo, ayudado por un machete, empecé a cortar, instintivamente, los gajos de las plantas, que me parecían mejores. Sentía interiormente, una mínima ilusión, que esas plantas me ayudarían a recuperar la salud. Después de estar más de una hora en ese lugar, seguí viaje a Catamarca.

Llené una vieja olla enlozada que tenía, con las ramas, hojas y cortezas, que había seleccionado, y preparé mi primer caldo. Al probarlo, lo sentí asqueroso, vomitivo, astringente. Durante varios días, llegué a pensar, que podía ser algo venenoso lo que había elaborado. Pero estaba jugado. No tenía mucho tiempo y empecé a tomar casi un litro de este brebaje por día. Salvo las náuseas y alguna vez el vómito, no sentía, mientras corrían los días, que mejorara mi salud. Después de tomarlo, durante tres semanas, empecé a sentir que algo pasaba en el tumor. Sentía como si algo se movía en su interior. Pensé que el efecto del yodo y del tanino, entre otras sustancias, estaban accionando en el tumor y empecé, con mucho esfuerzo, a duplicar mi dosis diaria.

Pasaron alrededor de cinco meses. El tumor ya no existía. Lo visito nuevamente al médico. Aparentemente sorprendido, me dice que lo que sucedió en mi, fue un milagro, explicándome luego, que en algunas ocasiones, los tumores remiten, sin que se haya explicado hasta ese momento la causa que provoca la remisión. Creí efectivamente, que había sucedido un milagro y me olvidé del brebaje vomitivo.

Pasaron algunos años, dos o quizás tres, y veo, a un amigo de la infancia, sentado en la verja de la casa de su hijo, muy deteriorado físicamente, casi irreconocible. Me paro a saludarlo y le pregunto que le pasa. Lacónicamente me contesta: “Mas tarde tengo que viajar a Córdoba, para que me hagan quimioterapia”. Estaba todo dicho y para darle alguna esperanza o incentivarlo más a la lucha, me surge de lo más íntimo: “Los boludos se mueren de cáncer”. Cuando escuchó estas palabras, se transformó. Para arreglar el exabrupto le digo, “te voy a preparar un té, para que te cures”. Instantáneamente y muy fastidiado me responde: “Pero quien mierda te crees vos. Miles de científicos en el mundo buscando la curación del cáncer y vos, tan luego vos, la vas a tener. Ni un loco borracho, puede creer la barbaridad que estás hablando. Pensé que todavía eras mi amigo, pero sos una mierda. Andate, no quiero verte más”. No me fui. Le pedí perdón y le suplique que me escuchara. Era un ambiente muy tenso el que se había formado. Cuando le terminé de explicar lo que me había pasado, le pedí que repitiera mi experiencia. Son yuyos -le dije- si no te hacen bien, mal no te van a hacer. Me dijo secamente: “Preparame ese té, lo voy a tomar, si muero, mi hijo se encargará de matarte por mentiroso y sinvergüenza”. Nos despedimos casi sin afectos.

Le preparé el brebaje durante tres meses aproximadamente. Dejé de hacerlo, cuando los análisis, indicaron que había remitido totalmente su enfermedad.

Esta fue la primera vez que di a tomar lo que más tarde llamaría: “El Té”. ¿Por qué lo bauticé con ese nombre? Porque consideré que este preparado, estaba por sobre de todo los tes curativos, conocidos por el hombre. Imité en cierta forma al indio, cuando bautizó al algarrobo como “El Árbol”, porque le daba, todos los elementos básicos, para poder subsistir: alimento, sombra, calor, alcohol, medicamentos, bebidas tonificantes, etc.

Al ver este resultado, pensé que las plantas empleada, eran las artífices de esta curación. Pero había que comprobarlo mínimamente y empíricamente; y empecé a buscar, enfermos muy pobres, la mayoría desahuciados, con patologías graves, como cirrosis y cáncer, y empecé a ver, resultados sorprendentes. Vi enfermos postrados, con cirrosis, jugar el fútbol, después de haber tomado cuatro meses “El Té”. Vi mujeres con cáncer en mama, desahuciadas, recuperar su salud. Recuerdo que una enfermera había llegado a Belén (Catamarca), a vivir sus últimos días. Después de tomar dos meses el brebaje, el médico que la asiste, decide operarla. Cuando le extirpa el tumor, se sorprende como se había encapsulado y lo presentó unos días después, ante un congreso médico.

Entusiasmado por todo lo que veía, empiezo a comentarles a los médicos del café, lo que estaba sucediendo. La mayoría de las veces, cambiaban de tema o pagaban la consumición y se retiraban, argumentando que tenían que atender a algún enfermo. Lo más probable, es que me hayan estado tomando en todo ese tiempo, por un demente.

Los enfermos recuperados, empezaron a recomendar este brebaje, a los enfermos de su entorno. Y muy lentamente, algunos médicos, empezaron a interesarse por el preparado. Algunos años antes de 1990, cuando tenía oportunidad de charlar con algún profesional, les decía, que tendrían que activar más el organismo a través del sistema inmunológico, para frenar, por lo menos el desarrollo tumoral. Me contestaban: “No Amado, estás equivocado. Si activas más el organismo, el cáncer se desarrollará más a prisa”. Hoy, por suerte, se dice exactamente lo contrario. Con la fiebre pasó lo mismo. Recién ahora empezaron a darle el valor que se merece. Decir, en el año 1990, que a la fiebre generalizada, no se la tendría que tratar con antipiréticos, sino como lo hacían nuestros tatarabuelos, era exponerse a agresiones gratuitamente. Hoy, por suerte, no se piensa lo mismo.

Un día, llega a Belén un periodista de Buenos Aires, con cáncer en pulmón. Estaba en la ciudad de Belén, de paso para donde sería el yacimiento: Bajo de la Alumbrera. En Belén le comentan lo que yo estaba haciendo y decide visitarme. A su regreso del norte de Belén, le entrego sesenta litros de “El Té” y regresa a Buenos Aires. Meses más tarde, aparece en un programa de televisión narrando la experiencia que había tenido, y según los médicos que lo acompañaban, el cáncer le había remitido. El conductor del programa le pregunta “¿Y quién es ese señor? ¿Dónde vive?” Y el periodista le contesta: “Le prometí, no revelar su nombre, ni dirección.” Y todo quedó ahí.

En el año 1999, decido escribirle al Dr. Socolinski, porque en su programa, presentaba a jóvenes con cáncer por ser HIV positivos. Jamás tuve una respuesta. En esa época, estaba convencido que “El Té”, destruía toda célula cancerosa y que tenía que estar este descubrimiento, en manos de laboratorios serios, para que, a través de ellos, se hiciera popular y de fácil acceso para quien lo necesitara.

Empecé a recorrer laboratorios farmacéuticos. Uno me pedía 150 historias clínicas de pacientes que habían remitido su tumor, realizadas por tres médicos de renombre de la ciudad de Buenos Aires. Conseguí los médicos, a cada uno, por este trabajo les debía pagar cincuenta mil dólares, o sea, que cada paciente me costaba mil dólares, durante tres meses. Si la remisión no se producía en ese tiempo, tenía que pagarles un nuevo período. Era imposible para mí afrontar ese gasto.

No me di por vencido, seguí buscando a pesar de las puertas que me cerraban en la cara. Un día me recibe el dueño de un importante laboratorio, después de explicarle por más de una hora, a él y a los médicos que estaban presentes en la charla, empezamos a hablar de precios. Él me dice: “Sabe los millones que tiene en sus manos?”. Le contesto: “Si, lo se, pero le propongo algo”. Me responde: “Si, como no?”. Le digo: “Mire, le regalo todo lo que se, le enseño hasta el mínimo detalle de cómo elaboro “El Té”, desde que salgo a juntar las plantas, hasta que el producto está terminado, no le cobro absolutamente nada, con una condición”. Me dice: “¿Cuál?”. Le contesto: “Que los pobres, o las personas que no lo puedan pagan, lo consigan en forma gratuita”. Acomodándose en el sillón me dice: “Ah eso no lo puedo hacer, los estatutos me prohíben”. Entonces le dije: “Bueno, a mi también mi lengua, me prohíbe hablar. Ha sido un placer conocerlos y compartir un café con ustedes. Muy buenas tardes.”  Me alejé del lugar, con pena y bronca.

Al tiempo, logro, a través de unos amigos, hacerle llegar una carpeta explicativa del brebaje, a la dueña de otro importante laboratorio. Me llama un día, me entrega la carpeta y me dice para mi asombro: “Amado, no tengo la mínima duda, que lo que usted hace, cura lo que dice que cura. Pero a nosotros, esto no nos sirve, porque vivimos de la enfermedad, no de la salud.” Me sentí el hombre más estúpido del mundo. Lo que me decía esta mujer, era una verdad irrefutable, que nunca la quise ver. Le agradecí su sinceridad, me despedí de ella y en la calle me dije: “Qué carajo estoy haciendo en Buenos Aires” y al día siguiente estaba volviendo a mi pueblo.

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A partir del año 1999, el periodista del diario “El Ancasti” de la ciudad de Catamarca, radicado en Andalgalá, el Sr. Julio Rose, cada vez que me veía, me quería hacer una nota acerca de los preparados, que de vez en cuando hacía. Siempre recibió mi negativa. Siempre le expliqué, que el tema de la salud, es un tema muy delicado y más, si la persona que lo habla no es médico. Pero él insistía siempre. “Usted cura enfermedades, que los médicos no curan”, me decía, “Es importante que la gente conozca lo que usted hace”. Le contestaba: “No Julio, no es tiempo todavía”.

Alrededor del 10 de febrero del año 2000, estaba sentado en el dintel de la ventana del Club Social de Andalgalá, mirando la gente que estaba en la plaza. En la vereda de la plaza, frente mío, estaba Julio Rose con su familia, comiendo y tomando alguna bebida, para disfrutar mejor el clima que nos regalaba esa noche.

En un momento, se levanta, cruza la calle y me dice: “¿Puedo hablar dos palabras con usted?” Le respondo: “Si, como no”. Me dice con firmeza: “Usted, es un hombre muy egoísta don Amado” Me sorprendió lo que me decía, sólo atiné a decirle “¡¿Qué!?”, dándole pié a que siguiera hablando. “Usted tiene en sus manos, el alivio o la curación de muchas enfermedades incurables, y no quiere dar a conocer estos logros. Piense en las madres con un hijo con leucemia, en una adolescente con psoriasis, en los que sufren tremendos dolores hasta su muerte, por el cáncer. He visto personas, que tomando su té, hoy están sanas. ¿Por qué me niega hacer una nota, que ayudará a mucha gente a recuperar su salud? ¿Tiene miedo?” Le contesté: “Si, tengo miedo”.

Continuó diciendo: “Mire, no hable del té. Hable de las plantas que tenemos en la zona, que pueden llegar a servir, para curar enfermedades terminales. Ayudará a mucha gente con esto”. Le contesté: “Esta bien, hacela a la nota, pero no la vas a enviar al diario, sin que yo la lea.” Al día siguiente, me muestra la nota que había hecho. La leo y le digo: “Julio, con lo que escribiste, me mandás al frente. No podés publicar esto.” Me contesta: “No le gusta lo que escribí, está bien, hagamos una cosa, escríbala usted, yo se la mando”. Al día siguiente, le llevo la nota que había escrito. La lee y me dice: “¿Esto no más?”, le respondo: “Si Julio, esto no más”. En la parte superior escribe “Para Redacción” y le coloca un sello y debajo de la nota firma y pone otro sello. Pide señal de fax y envía, en mi presencia, la nota al diario. “En el diario de mañana sale” me dijo. Nos despedimos y al día siguiente busqué el diario en un kiosco. Y me alegré que la nota, no se había publicado. Al día siguiente pasó lo mismo y al otro día también. Tenía la impresión que no la publicarían, pero estaba equivocado. Tres días después, el 15 de febrero del año 2000, aparece publicada, la nota del corresponsal, no la mía.

El eco fue instantáneo a nivel provincial y nacional. Toda la prensa hablaba del té milagroso, que curaba el cáncer. Cientos de personas llegaban de distintos puntos del país en busca del brebaje. No pocos padres me decían al oído tras un abrazo fraternal: “Sálvemelo, es el único hijo que tengo”. Por esos días, mi vida era un infierno. A toda hora, el teléfono no dejaba de sonar. Si dormía, tres horas por día, me sentía satisfecho. Sentía como mío el dolor ajeno, sin estar preparado para soportarlo y sin saber como neutralizarlo. Las denuncias ordenadas por el Ministerio de Salud Pública de la Provincia de Catamarca, empezaron a circular por los juzgados, mientras sentía el apoyo incondicional de la gente, que me daba las fuerzas necesarias para seguir en esto. No pocas veces, me dijeron por teléfono: “No baje los brazos, don Amado. Estamos haciendo una cadena de oración para ayudarlo.”

Si no hubiera visto tantas remisiones, el concentrado de plantas por cocción, hoy no existiría. Hay cientos de evidencias, que durante años, me demostraron empíricamente, que “El Té”, tiene un marcado efecto curativo, en la mayoría de las enfermedades inmunológicas.

Los análisis de laboratorios, hoy nos dan la certeza, que este concentrado de plantas frescas, levanta el sistema inmunológico y teniendo normalizado este sistema, que no es otra cosa, que el conductor del ADN, remiten por añadidura las enfermedades que padecemos.

Las enfermedades son necesarias en nuestro organismo, por dos motivos: Para marcarnos que estamos alejado del camino que debemos transitar con inteligencia y para incorporar a nuestro disco rígido, si nos comparamos con una computadora, nuevos elementos curativos, para el futuro que viviremos.

Las enfermedades siempre procuraron ayudarnos en nuestra evolución física y espiritual. No son castigos divinos, ni fallas del organismo. Son códigos biológicos, que se activan, cuando no sabemos o no podemos, resolver un conflicto psicológico, que lo vivimos en la más absoluta soledad. Son la manifestación física de esos conflictos. Cuando el conflicto es superado, la enfermedad, en forma instantánea, por una orden cerebral, frena su desarrollo e inmediatamente, empieza un proceso de sanación. Cuando decía, antes del año 2000, que las enfermedades, se tendrían que curar sin medicamentos, me decían que estaba loco o que deliraba, porque no era médico. Hoy más que nunca, creo que en todos los organismos vivos,  existen los elementos sanadores, que son activados, cuando a través del perdón y del amor, superamos el trauma que originó la enfermedad.

Muchos médicos se asombran, hasta hoy, cuando ven remisiones de tumores cancerosos, en personas que no hicieron ningún tratamiento oncológico, como las curaciones que se ven, en todos los santuarios del mundo. Lamentablemente, no se investigan estas remisiones, porque cree el profesional y el enfermo, que son milagros y con este rótulo, toda la investigación, queda a un lado. 

Personalmente, creo en los milagros y entiendo que un milagro, es mucho más profundo que la curación de un cáncer. El milagro se da, cuando las fuerzas del espíritu, en forma directa, modifican estructuras corporales. Si la resurrección de Jesucristo o de Buda, fueron reales, esto sí, es un milagro.

¿Cómo se desarrolla un cáncer? Para que una célula normal modifique sus patrones genéticos, es necesario, ubicar en la biblioteca o memoria del ADN, las matrices celulares de un remoto pasado. El corto circuito biológico, que el shock emotivo produjo en nuestro cerebro, hace que las corrientes energéticas, no circulen normalmente en el organismo. A partir de este momento, el organismo no puede elaborar un estado febril generalizado. Lo siente al frío en forma más intensa. Tiene, casi en forma constante, las manos y los pies fríos. No tiene un normal buen apetito. Adelgaza sin causas aparentes. Quizás algún médico, llame a las enfermedades que puedan aparecer en este período, “enfermedades frías” (por ejemplo: gripes o anginas, sin fiebre).

Después de padecer, alrededor de 30 meses, estos síntomas, recién se puede sentir u observar, que algo no está funcionando normalmente en el organismo. Después de visitar al médico y realizar los estudios de laboratorio, por él ordenados, podemos llegar a escuchar, que tenemos un cáncer en tal o cual órgano.

Esta noticia, inesperada y traumática por cierto, no sería así, si no estuviéramos convencidos que el cáncer es una “enfermedad terminal”. Durante años, asociamos al cáncer con la muerte, aceptando tratamientos o terapias agresivas, que no tan solo acortan la vida, en el afán de prolongarla, sino que denigran al ser humano. Es muy triste ver en una pieza, a un enfermo, aullando de dolor, mientras que en otra, sus parientes y amigos, oran, para que muera pronto. Allá en mi juventud, escuché a un sacerdote decirle a un enfermo: “Este dolor, que te está causando mucho sufrimiento, te lo envía Dios, para purificar tus pecados”. Yo no acepto este enfoque, venga de donde venga. El dolor, originado por terapias incorrectas, no brinda los mecanismos necesarios para nuestra evolución. Con dolor, es difícil pensar, reflexionar, amar.

Cuando visitamos al médico, porque tenemos una zona u órgano en nuestro cuerpo inflamado y dolorido, lejos estamos de creer, que son procesos de sanación, ordenados por el cerebro, en esa zona u órgano. Si el médico a este proceso vital no lo entiende, seguirá encasillado en las normas académicas, que sólo darán al enfermo, una pésima calidad de vida y una dolorosa muerte.

Muchas veces, siguiendo la línea trazada por el Dr. Ryke Hamer (creador de “La Nueva Medicina), aconsejé a los médicos, que revean sus conocimientos de embriología. Sólo allí podrán encontrar y entender, el por qué de los tumores sólidos y otros que no lo son. Allí también podrán entender, que las bacterias, los virus y los hongos, sólo actúan, en órganos que corresponden a una determinada capa embrionaria, ayudando, la mayoría de las veces, al complejo proceso de sanación. En La Naturaleza todo es perfecto. Que no tengamos la sabiduría o los conocimientos necesarios, para evaluar un hecho, eso es otra cosa.

Muchas veces lo dije y lo seguiré diciendo: Somos parte viva de La Naturaleza, que como verdadera Madre, jamás nos desampara. A nuestro alrededor tenemos todo lo necesario, no tan solo para remitir una patología, por grave que sea, sino para lograr el equilibrio emocional, que nos permitirá transitar nuestros últimos años o días, en esta gran escuela que llamamos Tierra, con la serenidad que nos da la sabiduría.

Procuré informar, en todos los ámbitos del conocimiento humano, mis experiencias (empíricas la mayoría), para que los encargados de aliviar el dolor, que padece hoy la gente, tengan otro enfoque u otro método alternativo, que les permita ayudar a sus semejantes.

Está en cada uno de nosotros, la libre elección de nuestros deseos. Procuremos por lo menos, crear deseos fraternales, para estar en armonía, con nuestros semejantes y con nosotros mismos. Crearemos de esta forma, el ambiente propicio para transitar el largo camino de nuestra perfección.

Andalgalá, 12-09-07.                                                                                    Amado Hezze.

 

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